martes, 24 de octubre de 2017

Caminaba por la orilla de la vereda, un pie delante del otro, como cornisa, el cordón. No era ni joven ni viejo, era de esas personas que no se puede calcular la edad. ¿La edad del espíritu? Tal vez muy vieja... ¿La edad de su mente? la de un niño. Las arrugas de su rostro, me contaron de su angustia, de su dolor, que era como una cuña en su alma. Lo veía día a día pasar, a través de mi ventana, mientras yo trataba de hilvanar palabras , para que fueran algo, cuentos, poemas, recuerdos, gritos silenciosos de dolor. Y sentía, tal vez como él, una angustiosa sed. Sed de caricias, sed de miradas, sed de amor... Y ahí, cuando lo últimos hilos de la luz despedían al día, aparecía él. Como sacado de una antigua y triste postal, haciendo equilibrio, por el cordón de mi vereda. Haciendo equilibrio como yo. Como yo lo hago por la cornisa de mi no vida.

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